Me conecto vía telefónica con Raider, joven entomólogo de 23 años que renunció al asfalto y a una empresa consultora porque el trabajo en oficina no es siempre interesante. El cambio fue significativo, pues ahora se encuentra repentinamente con serpientes venenosas del género Micrurus, aunque su suerte y preparación lo despojan del peligro.
Una de sus primeras experiencias en campo parte de una convocatoria por redes sociales sobre una pasantía en entomología en la estación biológica Los Amigos, en Madre de Dios. Luego de 6 meses se traslada a Soqtapata, Cusco, donde reside actualmente y donde, a comparación de bosques de selva baja, el calor es menos intenso. Es un buen lugar para relajarse, sobre todo para alguien que acude por primera vez a la selva, asegura.
Su trabajo consiste en entender la relación entre los escarabajos saprófagos con los mamíferos y su reacción al cambio climático, así como su capacidad para soportar friajes más constantes. Hace poco, con ayuda de un equipo investigador, lograron descubrir una especie de escarabajo que no estaba reportado en este paraje, aunque se cree que de las 70 especies conocidas, solo 45 o 50 tienen nombre propio.
Raider posa ante las cámaras desde el lado derecho de la toma Su expresión y gesto es equivalente al título de esta nota.
Raider asegura que si los insectos llegasen a desaparecer, con ellos gran parte de la diversidad, pues estos pequeños organismos realizan funciones importantes dentro del ecosistema que, a veces, no reciben la importancia que merecen. Además, una gran limitante para difundir su importancia es el reducido valor que posee la investigación de insectos en el país. Por ejemplo, me confiesa que uno de los requisitos para ganar fondos para investigación es que la especie que se trabaje tenga una categoría de conservación, y para esto se debe profundizar en la historia natural de cada ejemplar.
Para él, lo más fascinante de los insectos es su diversidad y la facilidad en la que se adaptan a la naturaleza. Resulta común tener dificultades en campo, me cuenta que tuvo que volverse más fuerte mentalmente para tolerar las adversidades que la misma naturaleza le interpone cuando sale a investigar y porque, como él dice, la respuesta lo vale. Dejar atrás las oficinas, alejarse del bullicio citadino y adentrarse en la selva alta de Cusco es, sin dudas, una de las decisiones más acertadas de su estrecha trayectoria.
La conversación se mantiene y enfoco las preguntas a sus objetivos académicos. Sus respuestas afianzan la percepción que me genera desde el inicio de la conversación. No existen maestrías para biólogos financiadas, no hay becas, denuncia; además, vacilando me revela que se iría al extranjero a estudiar un postgrado, pero agrega, esta vez con ímpetu, que trabajaría en la biodiversidad del Perú. Allá la ciencia se comenta bastante, aquí no hay tanto apoyo para la investigación, sentencia.
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